Querétaro: sobre la injusticia, la saña patológica

Aquiles Córdova Morán

Como he estado informando con la puntualidad que me ha sido posible, en el escandaloso abuso de poder del gobernador de Querétaro, Francisco Garrido Patrón, y de su secretario de “Gobierno”, Alfredo Botello Montes, en contra de los habitantes de La Piedad, municipio de El Marqués, que defienden un pozo de agua de su propiedad, junto con el comité administrador de dicho pozo, democráticamente elegido por la comunidad, fueron detenidos también, y se encuentran privados de su libertad desde hace seis meses, el dirigente antorchista Rubén del Río Alonso, miembro del Comité Estatal, y la licenciada Yesenia Valdez Flores, abogada de las víctimas del caso a que me refiero.

Al mismo tiempo, pesa una orden de arresto en contra del profesor Jerónimo Gurrola Grave, presidente del mismo Comité Estatal y, por eso, representante de todo el antorchismo en el estado de Querétaro.

No es mi deseo saturar a mis posibles lectores repitiendo los detalles del caso, puesto que ya lo he hecho otras veces.

Sí quiero insistir en que, aun en el supuesto de que el acto de legítima defensa de los habitantes de La Piedad fuera realmente un delito, Rubén del Río, Yesenia Valdés y Jerónimo Gurrola seguirían siendo absolutamente inocentes por cuanto que ellos no tuvieron ninguna responsabilidad en los acuerdos libremente votados por la comunidad para mejor defensa de lo suyo.

Es más, he dicho y sostengo que el Comité Estatal Antorchista en pleno, muy consciente del carácter ferozmente reaccionario de Garrido Patrón y Botello Montes, comprobado por tres años de injusta prisión (agresiones físicas y torturas psicológicas incluidas) en que mantuvieron, contr a toda razón y contra todo derecho, a la profesora Cristina Rosas Illescas, advirtieron con toda oportunidad a la población de la segura represión a que se exponían si decidían resguardar físicamente el pozo.

Pero la inconformidad y la exasperación de la gente habían llegado ya a su límite atizadas por las burlas del propio presidente municipal de El Marqués quien, en vez de defender los intereses legítimos de sus gobernados, se comportó sin recato como obsecuente espolique de Botello Montes.

No hubo, pues, modo de disuadirlos y no quedó más remedio, como es el deber de todo luchador social honrado, que respetar su decisión y apoyarlos en la difícil coyuntura. Ése es su verdadero delito.

Pero hoy quiero centrar la atención de algún amable lector en el calvario que está sufriendo, dentro de la cárcel, Rubén del Río Alonso. Resulta que hace más de un mes que vive aislado del resto de los presos, en una sección del penal reservada a reos de alta peligrosidad y, además, sin derecho a ningún tipo de visita, salvo la de su padre y madre y la de su abogado, previa autorización, eso sí, de los carceleros del penal.

Dicho en pocas palabras, Rubén del Río está totalmente incomunicado desde hace más de un mes, y sus compañeros, amigos y personas interesadas en su causa, en su salud y en su equilibrio emocional, nada seguro saben de su situación actual. Están, por ello, justificadamente alarmados e indignados por este nuevo acto de prepotencia y de abuso de poder de Garrido Patrón y Botello Montes.

Ahora bien, se ocurre preguntar: ¿Cuál es la causa o razón de semejante castigo? ¿Habrá agredido físicamente a sus carceleros o a sus propios hermanos de infortunio, presos como él? ¿Habrá provocado riñas, motines, insubordinación que lo delaten como reo irascible y peligroso? ¿Habrá amenazado de muerte a alguien? Pues no.

Nada de eso. La incomunicación de Rubén del Río Alonso, joven luchador social que ha dedicado su vida a tratar de mejorar la suerte de los más desvalidos, obedece a que el cuerpo de psicólogos y psiquiatras que, tanto como las rejas, los “custodios” o los “orejas” que espían y delatan a sus compañeros, nunca faltan en los penales como “asesores” de la dirección y de los encargados de dictar y aplicar los castigos a los reos, con base en un “estudio de personalidad” dictaminó que Rubén del Río Alonso es un “reo de alta peligrosidad”.

A eso se debe su incomunicación. En otras áreas del discurrir intelectual, poco más limpias y elevadas que la atmosfera cargada de miasmas, de suciedad moral y de torvos propósitos de un penal, ya se ha sentado en el banquillo de los acusados a ciertas “ciencias” que, tanto por sus endebles bases constitutivas como por sus dudosos métodos de investigación y comprobación de sus resultados y, sobre todo y ante todo, por su muy oscura práctica profesional, han sembrado serias dudas sobre su autenticidad, es decir, sobre si son o no una verdadera ciencia.

Y muy respetables filósofos de las ciencias e investigadores del conocimiento humano les han dado su voto negativo; han concluido que tales disciplinas son, más bien, lo que ellos llaman “ideologías prácticas” al servicio de ciertos intereses dominantes. Entre éstas está la psicología.

¿Qué demuestra el caso de Rubén del Río (o, en su momento, el de Cristina Rosas Illescas)? Que, en efecto, los “científicos” que lo estudiaron no son más que viles carceleros que, con su supuesta “ciencia”, prestan un manto de respetabilidad a la vesania represiva de Garrido Patrón y Botello Montes.

Se prueba que, para esos señores, es un delincuente, y, además, muy peligroso, quien muestra en su “examen de personalidad” firmeza de convicciones, claridad de juicio y de objetivos, fe inquebrantable en la justicia de su causa y disposición a defenderla al precio que sea.

Para estos “científicos” es una personalidad peligrosa porque es indomeñable, porque es incorruptible, porque su conducta dice claramente que resistirá a todas sus artimañas, amenazas y “lavados de cerebro”. Por eso lo declaran relapso, incorregible, irremediable y, por tanto, peligroso enemigo de los intereses de sus patrones.

¿Qué hacer con un “delincuente” así? No hay más camino que aislarlo para que no contamine y, de paso, ver si su aislamiento logra lo que no pudieron sus “rollos” adoctrinadores: hacerlo cambiar de ideas.

Lo que hacen con Rubén es tratarlo como bestia indómita por negarse a claudicar de sus ideales. Es, como digo en el título, añadir a la injusticia la saña patológica de sus “psicólogos” y de sus carceleros.

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